RESISTENCIA TRAVA
Debe haber
decenas; cientos de tomas de ese instante. Su sonrisa, como dice el lugar común
de la descripción, es de oreja a oreja. Pero en su caso era casi literal. Tenía
una sonrisa amplia, generosa; la de esas personas que se quieren reír y
compartir una bocota abierta que muestra los dientes; la de esas que saben lo
que vale (y lo que cuesta) arrancarle a la vida una buena carcajada. En la foto
famosa están ella y Cristina Fernández. Fue tomada en el acto del 2 de julio de
2012 cuando la Presidenta firmó dos decretos vinculados a la diversidad sexual
(para los niños y las niñas nacidos previamente a la sanción de la ley de
matrimonio igualitario), reglamentó la ley de identidad de género y entregó DNI
a personas TranS’ con el nombre de su identidad auto percibida.
Emilio
Ruchansky fue el periodista que escribió la crónica del acto para Página 12.
“En un acto sencillo y ante una multitud emocionada, la Presidenta firmó ayer
dos decretos y entregó nuevos documentos a personas TranS’ y a bebés de parejas
de mujeres, nacidos antes de la Ley de Matrimonio Igualitario. ‘Este es un día
de inmensa reparación y de igualdad, que es algo tan importante como la
libertad’, dijo Cristina Fernández de Kirchner, tras reglamentar la Ley de
Identidad de Género y reconocer la deuda que tenía el Estado con el colectivo
TranS’. ‘Cuando alguien es ignorado y reprimido, es negar al otro y a sus
derechos, es como no existir’, agregó la Presidenta”, decía la nota.
La tapa de
ese día de Página 12 es emotiva, colorida y feliz. La foto principal ocupa casi
todo el pliego y se la ve a la Presidenta haciéndole arrumacos a uno de los
bebés hijos de una de estas parejas de mujeres. En imagen interior del diario,
la jefa del Estado le hace upa a una de las mellizas de Laura Ruggiero y su
esposa Catalina Schünemann.
Ese día, en
ese acto, recibieron su DNI Laura Elena Moyano, Kalym Adrián Soria, Silvana
Sosa, Luisa Lucía Paz, Reyna Ornella Infante, Valeria del Mar Ramírez
-secuestrada en el Pozo de Banfield durante la dictadura-, María Laura Alemán,
Maia Mar Abrodos, Gabriela Abreliano, Laura Elena Villalba y Amancay Diana
Sacayán. Ese día fueron 12. Hoy ya son 4775 personas las que han podido obtener
su nuevo DNI con la identidad auto percibida. Es una tarjeta plástica que dice
algo. Una formalidad. Pero es, nada menos, que lo que certifica que el Estado
–ese mega monstruo que institucionaliza apenas con un papel- reconoce y hace
visible, le pese a quien le pese.
Por esa
carga es que aquel acto era –pese a su sencillez- tanto. Pero no fue sencilla
la previa. Diana fue una militante, territorial sobre todo, pero además un
inmenso cuadro político y una gran estratega. Ni ella ni muchas de las chicas
TranS’ estaban convencidas de compartir la ceremonia con las madres lesbianas y
sus hijos e hijas. Se sucedieron una serie de debates, algunos ríspidos. Pero
fue Diana la que sintetizó el porqué de la disidencia: “es que esos bombonazos
(los bebés) nos van a sacar todo el protagonismo a las maricas”. Y le puso
carcajada. La risa estalló entre todos quienes estaban organizando ese acto.
Tuvo razón. Los bombonazos se robaron la primera plana. Nada le gana a un bebé
y a un cachorrito, dicen los publicistas.
Pero lejos
de poner un obstáculo, con su puesta en palabras de lo que sucedía, Diana
descargó, liberó y las cosas transcurrieron como ella hacía que transcurrieran:
ella hacía que todo fluyera.
Es una
mirada muy personal, por supuesto. Es mía y este es mi texto, pero es que la
mayoría de las chicas TranS’, a mí, me la han hecho siempre fácil. Será por mis
pelos, porque yo también soy una plumífera, porque hay quienes creen que me
insultan cuando en las redes me caracterizan como que “doy trava” y no se dan
cuenta que me hacen reír, o porque pasé varias noches de mi vida en los Morocco
y Ave Porco donde toda la jungla se reunía a bailar. Por lo que haya sido,
Diana fue siempre una de las que me la hizo sencilla. Su calidez, su humor, su
sensibilidad hacían que una se sintiera a gusto. Y hasta tuvo la generosidad de
honrarme con su cariño y respeto al invitarme a formar parte del pequeño grupo
de mujeres periodistas que le hicimos entrega del carnet de profesional, el que
le entregó la UTPBA el 19 de mayo de 2011 con el nombre de su identidad de
género.
Este pasado
martes 13 fue que nos enteramos de su asesinato. Las compañeras la habían
estado esperando en Mar del Plata. Nunca llegó, nunca la vieron allí con su
bandera con la inscripción “TRAVAJO” (con V corta), su última gran conquista:
el cupo para personas TranS’ en el Estado de la provincia de Buenos Aires. Fue
por la extrañeza de su ausencia al Encuentro número 30 de mujeres que una
corriente de amistades empezó a preguntarse por Diana. Fueron a su departamento
de Flores y la hallaron acuchillada y muerta. Sé que es brutal decirlo así,
pero así deben decirse ciertas cosas. Como hacía Diana, sin cierta corrección
política, sin ciertos cuidados, con brutalidad si hace falta, sencillamente
porque es brutal que nos maten.
Me resuenan
todavía discusiones que tuve con muchos compañeros varones en las previas de la
marcha del #Ni Una Menos. “¿Por qué diferencias la muerte de mujeres de las de
varones?”. No voy a extenderme aquí en los conceptos básicos de 50, 60, 70 años
de feminismo; ni en el concepto de discriminación positiva, ni en el techo de cristal.
Simplemente voy a decir que es necesario hacer una diferenciación porque en la
mayoría de los casos de muertes de mujeres y de TranS’ el asesinato tiene en su
centralidad la noción de posesión: nos pueden matar porque creen que nos
poseen; somos un cuerpo poseíble para el que comete el crimen. Ni en esa muerte
hay igualdad; somos algo subsumido a quien nos asesina.
Lohana
Berkins es una luchadora de añares. Fue la que a mí me enseñó lo primero que
aprendí sobre la vida TranS’ allá por esos años cuando ni hablar del tema era
sencillo y en esta última edición del Suplemento Soy (dedicado casi
íntegramente a Diana) lo dijo con brutalidad, como hay que decir ciertas cosas
que son brutales: “El asesinato de Diana es un travesticidio y hay que empezar
a reconocer estos actos como crímenes de odio. No importa si el responsable es
un viejo amigo que esa noche pegó mal, no importa si es uno nuevo que quería
sexo gratis, no importa si eran dos tipos que buscaban diversión y se fueron de
mambo. Lo que importa es que se sintieron con la impunidad de cometer el
asesinato. ¿Cuántas veces se investigan los asesinatos de travas? Es la misma
impunidad con la que el candidato del PRO a la intendencia de La Plata dijo que
no daría trabajo a las travas, que les daría un médico. Las consecuencias son
las mismas, incrementar el odio, legitimarlo. Hay que terminar con estas frases
que, dichas risueñamente para que "entren mejor", juegan con la vida
de muchas de nosotras”.
En Mar del
Plata, el lugar donde se celebró el Encuentro al que Diana no llegó, puede
ganar la intendencia un hombre despreciable que piensa que las mujeres podemos
tener el pelo largo porque poseemos las cuatro horas necesarias que, según
entiende, nos lleva y perdemos en arreglárnoslo. Se llama Carlos Arroyo y es el
postulante de Cambiemos a jefe comunal.
Arroyo
cuenta con el apoyo explícito de un tal Carlos Pampillón, un hombre que posee
en un haber el llamar “femitroskas” y “choriplaneras” a las que participaron
del Encuentro de Mujeres de Mar del Plata; irrumpir en sesiones del Concejo
Deliberante, haber hecho desastres en el Centro de Residentes Bolivianos,
reivindicarse ultra católico y junto a su agrupación haber destrozado el
memorial de la Base Naval de Mar del Plata con el que se recuerda que allí
funcionó un centro clandestino. “El 8 de septiembre de 2011, la agrupación de
Pampillón atacó el memorial: sobre la base, escribieron con aerosol “aquí se
defiende la patria”; sobre la columna que pide “memoria”, escribieron
“completa””, relata la crónica de Página 12 sobre este neonazi.
La
corrección política diría que lo que le falta a esta gente es tolerancia. No me
gusta la idea. La Presidenta dijo en aquel acto en que le entregó el DNI a
Diana que “No me gusta la palabra tolerancia, porque eso quiere decir te
aguanto porque no tengo otro remedio. Yo quiero hablar de la igualdad”, de
tener los mismos derechos.
Hablar de
derechos un 17 de octubre es hablar de leyes, pero sobre todo de cómo los
alaridos sublevados, los gritos subterráneos irrumpen ante los ojos de quienes
los vienen construyendo, de quienes andaban distraídos por la vida y de quienes
ni siquiera sabían de la existencia de esos seres humanos que aún no tienen lo
que merecen.
Desde
Gregorio de Lafferere Diana hizo oír su grito rebelde. Porque ella sabía dónde
había una necesidad, pero sabía aún más que allí dónde esa demanda estaba nacía
un derecho. Tanto lo sabía que quería, quería y quería y amaba y abrazaba y se
reía y nada le parecía imposible. Siempre que la veía en acción pensaba en esa
frase que le atribuyen a Cantinflas y que dicen que Marlene Dietrich repetía
mucho: “Lo difícil lo hago de inmediato, lo imposible me lleva un poco más de
tiempo”.
A Diana le
robaron la posibilidad de probar que iba a terminar de construir lo imposible.
Y a todos y todas nosotros nos robaron a Diana, una militante emblemática del
cariño, del amor y de la igualdad. Y, sí, aunque ella no quería, estamos de
luto. Porque la extrañamos, porque no queremos su ausencia y porque no podremos
llorarla en paz hasta que no aparezca él o los responsables. Mientras tanto la
tendremos a ella con su poncho norteño en la nieve sueca; con su sonrisa amplia
y su carcajada lista, con la explicación amorosa al mellizo de tres años que le
preguntó por sus tetas y con el poema que nos dejó para cuando ya no estuviera.
Ese que ella misma tituló Cuando yo me vaya:
Cuando yo
me vaya no quiero gente de luto. Quiero muchos colores, bebidas y abundante
comida; esa que de niñ* me hacía falta.
Cuando yo
me vaya no aceptare críticas; más razonable y serio sería que me las hagan en
vida.
Cuando yo
me vaya desearía una montaña de flores… Esas que l*s mil amores por los que he
sufrido nunca supieron regalármelas
Cuando yo
me vaya no quiero farsantes en mi despedida; quiero a mis travas queridas, a mi
barrio lumpen a mis herman*s de la calle, de la vida y de la lucha.
Cuando yo
me vaya, sé que en algunas cuantas conciencias habré dejado la humilde
enseñanza de la resistencia trava, sudaca, originaria.
Cuando yo
me vaya quiero una despedida sin cruces; tod*s saben sobre mi atea militancia
Y sin
machos fachos porque también; saben sobre mi pertenencia feminista.
Cuando yo
me vaya; espero haber hecho un pequeño aporte a la lucha por un mundo sin
desigualdad de género, ni de clase.
Cuando yo,
esta humilde trava se vaya, no me habré muerto… simplemente me iré a besarle los pies a la pacha Mama”.
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