Ojo por ojo
La muestra Furia travesti, de Agustina Guimaraes, le saca la ficha a la cotidianidad TranS'. Retratos amorosos y un álbum familiar.
Agustina Guimaraes Red Trans Latina Europea |
Pero no estoy yendo para el lado de un esencialismo que me llevaría a afirmar que hay una mirada trans y una manera trans de ponerse ante una cámara. Lo que Agustina Guimaraes hace es sacar fotos de acuerdo a una decisión ética, por un lado fotografiar travestis en el modo retrato, género siglo XlX para el burgués iniciado en la sociabilidad de elite y que posa en estudio, si puede apoyado en columna etrusca, para la debutante que se exhibe con el vestido de los quince en la modesta vidriera del pueblo y como oferta para el mercado del casamiento, del artista que hace caras para sugerir sus matices actorales en castings azarosos; por el otro fotografiar travestis sin que lo fotografiado sea sólo la travestidad que se verá por añadidura: luego de comer un asado chichoneando sobre una mesa entre migas y vasos vacíos, “tejiendo” en la antesala de una conferencia para desasnar cis, con niños barulleros, en el campo...
La política del retrato para fotografiar travestis significa rescatarlas del anonimato con que las registra habitualmente la prensa gráfica, que suele escoger, indiferente a todo estilo personal, entre aquellas con mayores suplementos mamarios y titanismo vía plataformas-zancos y stilettos, para, en cambio, mostrarlas a través del rostro, sede somática de la espiritualidad.
El retrato
identifica, muestra –quien pone la cara se arriesga, sobre todo si te lo toman
en el departamento de Policía–. Pero los retratos de Agustina Guimaraes son lo
contrario del retrato policial que pretende escrachar a las travestis en un
supuesto retrato del natural totalmente imaginario.
Al retratar
modelos hasta ahora destinados a no formar familia y fuera de los espacios ortodoxos
del salón-biblioteca y el living comedor donde las familias posan su normalidad
sobreactuada y los asientos disminuyen de tamaño de acuerdo a las jerarquías
–del sillón patriarcal para abajo–, es decir en el salón trajeado para los
ritos umbanda, las piecitas sencillas del cumpleaños gasolero, las calles
embiyutadas de la marcha del orgullo, desprivatiza el retrato.
La muestra Furia travesti se propone en el interior de una genealogía: en un marco lateral hay fotos amateurs, ya un poco gastadas, documentos entrañables de una Lohana más linda que Isabel Adjani, de las que ya no están pero marcharon primero, de los abrazos a lo bestia luego de la batalla con los vecinos de Palermo.
En los
retratos de Agustina la vejez no se disimula con afeites, como si una ética
personal restringiera la cirugía a las mutaciones de género pero las arrugas y
los surcos en torno a los ojos y la boca delineados muy por fuera de su límite
anatómico y sobreimpresos de brillos de oro o plata, lejos de evidenciar la
decadencia y el paso del tiempo, configuran una brava máscara de guerra.
Y es de una
soberanía aplastante la imagen de su modelo fetiche vestida de fiesta ante una
pileta y que aún conserva un pectoral de brillantes medallitas, pulseras y
brazaletes en los frágiles brazos, mientras lava un trapo sucio al que le clava
unas filosas uñas dark con aire de estar abriendo el estuche del diamante Krup.
Y cuando
Agustina Guimaraes hace registros íntimos de sus compañeras, las expresiones se
multiplican, se endulzan, inventan por sobre lo esperado, como si la sutileza
de su cámara pudiera captar para siempre lo que ellas ocultan frente a la
heterocámara, ante la que siempre suelen ejercer una política de la pose
exagerando hasta el terrorismo la monumentalidad emplumada, intimidando
mediante una mueca casi bélica de deseo caníbal, avanzando hacia el primer
plano con un cuerpo que amenaza con no dejar un vidrio sano.
Agustina
hace pedazos la diferencia entre el retrato pictórico y el fotográfico. Lo que
fotografía es un cuadro con el soporte de una cabeza humana en donde los ojos
son el centro de un mandala de colores vertiginosos y las pestañas adquieren el
status de rayos, los contornos del rostro se rediseñan en una armonía de luces
y sombras de arco iris y las pelucas son torres, castillos. Es decir desliza
una premisa glltbi: ¡que no haya original!
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